EL ZORRO Y LA CIGÜEÑA

 

EL ZORRO Y LA CIGÜEÑA

El cuento sobre el zorro y la cigüeña, incluido en las Fábulas de Jean La Fontaine, enseña la norma moral por excelencia, la llamada regla de oro: no hagamos a los otros lo que no nos  gustan  que  nos  hagan.  En  otras  palabras,  tratemos  a  los  demás  con  el  respeto  y  la consideración con que deseamos ser tratados. Hemos hecho una adaptación para todos.

Sucedió que un día el señor Zorro quiso dárselas de importante e invitó a comer a la señora Cigüeña.  El  menú  no  era  otra  cosa  que  un  sopicaldo,  una  sopa  con  pocos  sólidos  que comer, la cual fue servida en un plato llano.

Como es de esperarse, la señora Cigüeña no pudo comer debido a la forma y extensión de su pico, en cuanto que el señor Zorro, con su lengua, lamió todo el plato a gusto.

Ofendida, la señora Cigüeña decidió desquitarse por la humillación del señor Zorro, y para ello, lo convidó a comer a su casa. El señor Zorro dijo:

¡Enhorabuena! Para los amigos siempre tengo tiempo.

A la hora de la cita, el señor Zorro se presentó en casa de la señora Cigüeña, hizo todas las reverencias del caso y se sentó a la mesa, donde encontró la comida servida.

La señora Cigüeña había preparado un sabroso guisado, servido en un recipiente de cuello largo y embocadura muy angosta, por donde solo ella podía pasar su pico, mientras que el señor Zorro no podía introducir su hocico.

Así, el señor Zorro, el mismo que se daba ínfulas de importante, tuvo que regresar a casa humillado, con las orejas gachas, el rabo entre las piernas y, claro, el estómago vacío.

Moraleja: no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti.

 

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